jueves, 23 de octubre de 2008

El 'sindios' de la iglesia de Dios

Érase una vez un Obispado, el de aquí para más señas, que tenía unos terrenitos de nada en el Antiguo. Dicho Obispado pertenecía a una institución que durante 40 años se hizo con millones de hectáreas de terrenitos de nada por todo el país español porque, por lo visto, ganaron una guerra. Los financieros de dicho Obispado, hábiles como todos en su empresa, negociaron con los señores del gobierno socialista donostiarra para permutar dichos terrenos por tres solares para hacer iglesias (católicas, of course) y así el progresista ayuntamiento encabezado por el más progresista de todos los progresistas pudiera hacer VPO en los terrenitos (hay una figura, aún más progresista, que se llama expropiación por el bien común; si el Ayuntamiento no sabe en qué consiste, que se ponga en contacto con cientos de guipuzcoanos que tienen terrenos por donde va a pasar un tren más rápido que el copón). Dicho y hecho, terrenitos por solares. Pero el financiero de la empresa más antigua del mundo hizo números y no le salían positivos, como solía ser habitual. Raudo y veloz, llamó hace dos años a la puerta de los progresistas y les comentó que había pensado que no sería mala idea que les permitieran hacer unos negocietes de ná bajo la iglesia, que la iba a levantar nada más y nada menos que Moneo, debido al clamor popular existente en Donostia ante la necesidad de una iglesia de Moneo en Riberas de Loiola, por la clamorosa falta de aforo en las otras treinta que hay en la ciudad. Amén, amén y amén, los que delante de los micrófonos pregonan la laicidad, a la hora de pulsar el botón municipal se visten de purpurados con la aquiescencia de la corporación, salvo los comunistas, que ahora callan ante los tahúres. Negocietes concedidos. El financiero eclesial, hábil donde los haya, habla con algún camarada de El Pocero y le comenta que para él los negocietes, pero que paguen la costosa edificación. Resultado; Iglesia de Moneo por la patilla. Si Jesús volviera a resucitar, molería a palos a los mercaderes bajo el templo, incluidos los que negocian en su nombre.

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